31 October, 2018
Por trece razones es una serie valiente, que apuntando a los adolescentes consigue trasmitir un mensaje claro y necesario: si no aprendemos a gestionar las emociones para relacionarnos mejor con nosotros mismos y los demás, el sufrimiento está asegurado.
Siempre habrá una parte de aquello que nos suceda que no dependerá de nosotros, la vida tiene sus planes, pero hay otra que sí, que depende de cómo me siento, de cómo pienso y de qué hago con ello. Por ello, aprender a manejarnos con las emociones es esencial, y ojalá se instaure como enseñanza básica para garantizar un autoconocimiento necesario.
Hay que ayudar desde bien temprano a l@s niñ@s a que se aferren al mundo, a que aprendan a ser felices. Para ello es básica la confianza, alentarles y mostrar que creemos en ellos de un modo honesto. Porque como adultos podemos saber más que ellos por experiencia, la nuestra, pero ellos han de transitar la suya, démosles el espacio necesario para que la exploren y activen así su curiosidad y motivación intrínseca. Es de este modo como pasamos del heteroapoyo (apoyo externo) al autoapoyo. Es desde la confianza, desde donde les resultará más fácil contactar y mostrar sus potencialidades y más difícil sentirse heridos y limitados por el entorno.
Si aprendemos a distinguir nuestras emociones, a ponerles nombre para hacerlas conscientes, podremos atenderlas. Lo que no nombramos, lo que no aceptamos, no podemos trabajarlo ni mejorarlo.
Es imprescindible conocernos bien para poder conocer también mejor a los demás. Y sin relaciones, como bien muestra la serie, es difícil agarrarse a la vida.
En mi opinión, no existe mayor y más sano motor que amarnos y amar aquello que hacemos. Es imprescindible generar un modo de estimarnos satisfactorio y sano. Y para ello la única vía que conozco es la aceptación de quienes somos y quienes son los demás. Esto implica también poder decir lo que nos disgusta, expresar aquello con lo que nos sentimos incómodos, exponernos y arriesgarnos a que nos dejen de querer, que quizás sea más rentable que buscar el amor a toda costa. De este modo, el contacto que busquemos se convertirá en auténtico y nutritivo de verdad para el Alma.
Aplaudo el tratamiento del suicidio que muestra Por trece razones. Y quizás a muchos espectadores les pueda asustar el posible efecto contagio (efecto Werther), que al menos en nuestro país aún se pone de manifiesto ante este tema. Insisto una vez más en la idea, aquello que no nombramos no existe, no lo podemos afrontar, y esto quizás es lo que provoca que en nuestro país según estadísticas del INE (Instituto Nacional de Estadísticas) en 2014 un total de 3.910 personas se quitaran la vida, es decir, 10,7 personas al día de media. Creo que este dato es suficientemente alarmante para atrevernos a poner de manifiesto una realidad que desde la propia OMS se está pidiendo abordar en países como el nuestro. Hay que adoptar planes, que me consta ya se están promoviendo, esperemos que vayan en aumento, para poder prevenir un problema real.
"Por cada persona que decide quitarse la vida, se estima que una media de 7 personas quedarán afectadas psíquicamente, aumentando así el riesgo de un nuevo suicidio."
Hecho que refleja de un modo impecable la serie de Netflix. La culpa por no haber podido ver las intenciones de la persona que se suicida, las preguntas sin respuesta, la angustia de imaginar el sufrimiento, entre otras, son los motivos que emergen y redundan en los afectados. Si además les añadimos el estigma de un tema tabú, estaremos contribuyendo a favorecer el malestar y la no aceptación de lo ocurrido.
Os recomiendo ver esta serie y a ser posible en familia, para poder crear un debate abierto sobre cómo es nuestra comunicación, nuestra confianza, nuestros motivos y ganas de vivir y revisar valores tan necesarios como la responsabilidad, el respeto y la honestidad.
Quizás así podamos poner de manifiesto lo que realmente importa, cómo nos sentimos, sea cual sea la emoción, ya que dejar de sentir es realmente lo peligroso.