20 October, 2018
La gran mayoría de esas ideas de cómo manejarnos con el mundo nos pueden haber ayudado a sobrevivir, a convivir, pero quizás haya llegado el momento de revisarlas y elegir.
Recuerdo la primera vez que puse conciencia en cómo mis creencias estaban condicionándome. En ese momento se activó en mí una búsqueda interior, un ejercicio que espero no abandonar porque es una fuente de aprendizaje constante. Cuando aprendo de mí, también lo hago de los demás, de las relaciones, y eso es algo que honestamente me apasiona.
No resulta fácil mirar hacia dentro y ver partes que enjuiciamos, que creemos que no existen en nosotras mismas, y sin embargo proyectamos y nos permitimos verlas en los demás. Por ello, es duro a veces enfrentarnos a cosas que hacemos, que creíamos que no haríamos, pensaríamos o sentiríamos nunca. Cuando aparecen esas circunstancias, no nos re-conocemos y nos asustamos ante la novedad. Con el tiempo y el trabajo personal nos podemos hacer conscientes de que dependiendo de la lectura que hagamos de nuestra experiencia, nos podemos colocar en lugares bien distintos, el de sufrir o el de crecer. Cuando aprendemos, estamos incorporando un nuevo modo de adaptarnos y nos expandimos. Si nos juzgamos porque nos decimos a nosotras mismas que no tendríamos que ser como somos intentando negarnos, quitándonos valía, nos dañamos afectando con ese trato a nuestra estima y eso, nos empequeñece.
Sólo aceptando lo que pensamos y sentimos haremos aquello que realmente necesitamos. No siempre están alineados los pensamientos con los sentimientos, en esos casos ¿qué podemos hacer?
A mi me sirve escucharme, poner mucha atención en mi organismo y mis sensaciones, y para no autoengañarme, acudir al encuentro de un profesional si lo necesito y así seguir aprendiendo. En estos procesos es cuando aparece el “darme cuenta” o “insights”. Esa la pieza del puzle del entendimiento que cuando aparece nos hace concluirlo y poder pasar a otro de mayor dificultad.
Al hacernos conscientes de nosotros mismos, podemos elegir y dejar de hacer por inercia aquello que aprendimos y que quizás ya no nos sirve.
No a todos nos motiva esta búsqueda de la verdad ni avanzamos al mismo ritmo en ella y esos diferentes ritmos pueden provocar caminos diferentes. Pero cuando estamos en lo mismo y nos atrevemos a des-cubrimos y somos capaces de integrar y compartir el aprendizaje que supone darnos cuenta de lo que realmente deseamos y nos pasa, es entonces cuando aparece la magia del encuentro.
No defiendo que tengamos que compartir todo lo que hacemos, pensamos o sentimos, yo al menos no lo necesito, y me pregunto antes “el para qué”, ya que eso sí me da información de mí misma para seguir conociéndome. Sin embargo, sí creo necesario compartir aquello que afecta al modo de relación que decidimos construir con nuestros amigos, colegas, familiares, parejas, etc.
A menudo creemos que la otra persona entiende el mundo como nosotros, pero no tiene por qué ser así, y ambas estaremos en nuestra verdad. En realidad, vemos la vida como somos.
Por ello es muy importante que cuando hablemos de conceptos los concretemos y nombremos aquello que necesitamos atender. Por lo que acabo comprobando en mis propias relaciones y en las experiencias de mis pacientes, me atrevo a asegurar que estamos preparados para enfrentarnos a la verdad. Es lo que hacemos para no aceptarla, o el creer que el otro no podrá sostenerla, lo que provoca el desencuentro que acaba por separarnos de nosotras mismas y las demás.
Opino que la libertad radica en poder elegir. Para ello tengo que mirarme a mí misma en primer lugar y encontrarme con mi modo de funcionar. Quizás ahí encuentre ese mecanismo automático que se ha instalado en mí y que me lleva a lugares donde ahora puedo decidir no estar. Ese es el modo en que puedo encontrar mi yo más sincero.
Creo firmemente que hay infinitas maneras de estar en el mundo y cada uno ha de encontrar la suya para estar con uno mismo y con su entorno. Eso sí, desde el respeto, la honestidad y la responsabilidad. Para ello hay que desnudarse, mostrar lo que somos y arriesgarnos incluso a perder lo que pensamos que somos. Si también lo hacemos en las relaciones e incluso nos arriesgamos a perderlas, podemos también encontrarnos con la dicha de ganar. Ganarnos a nosotras mismas, ganar coherencia interna y paz. Ganar aprendizaje, ganar las ganas de aceptarnos y amarnos como somos, #amarnoscura.
Desde ese lugar, sin duda, defiendo que la verdad nos puede hacer realmente libres.
Pero como dice H. Maturana “la explicación de la experiencia no reemplaza a la experiencia”. Así que os animo a buscar cada uno la vuestra.